Tenía la intención de escribir un breve texto acerca de la relación entre la inminente e irrefrenable extinción de la especie humana y el incomprendido arte de la colección de obras de arte. Mientras recalentaba el agua para servirme un té en mi tazón inglés grabado con una imagen inspirada en la ceremonia a la que asiste inesperada y obligatoriamente Alicia, en su breve estadía en el País de las Maravillas, abrí un periódico de hace pocos días donde pude leer que un empresario chileno de alta gama había decidido ofrecer en remate su colección más preciada: uno de los conjuntos privados más valiosos del arte italiano renacentista, donde se cuentan por puñados obras de Fra Angelico, Tintoretto y Bellini, como si fuesen servilletas firmadas por Warhol, Basquiat o Madonna. No le otorgaré la bendición de nombrarlo, pero recuerdo que hace unos años asistí a una exposición de su colección, realizada en una universidad cuyo nombre también me reservaré sagradamente. Una colección notablemente ...